Domingo a la mañana:
Hoy no llueve, el sol se vierte en mi ventana, inunda las sábanas con la frescura de la mañana. Me miré en el espejo, mi piel está pálida, tal vez mejore con un poco de rubor o, tal vez, no. No sé. Últimamente no sé nada.
Dejé de escribir porque sonó el teléfono, me quieren visitar, les dije que seguro salía, pero insisten. Todavía es temprano para preocuparme.
mediodía:
Llamaron de nuevo, pero no atendí. No se dan cuenta, no las necesito. Tampoco tengo hambre, sólo quiero mirar por mi ventana en soledad, es tan placentero hacerlo un domingo. Las familias se reúnen, se quedan charlando durante horas… sucedió de nuevo, me olvidé y atendí, al reconocer aquélla voz corté.
Tengo palpitaciones, estoy asustada. Sola. ¿Y si voy a dar una vuelta? Tal vez vienen y no me encuentren. Pero no, es temprano, quiero estar tranquila.
tarde:
Recién me despierto, por suerte todo está en su lugar, no pasó nada extraño, al menos por ahora. Voy a olvidarme, sí, va a ser lo mejor. Todavía es domingo, quiero disfrutar.
De nuevo. No sé qué hacer, me están buscando, llaman constantemente, saben que no me fui. El frenesí no me deja pensar. Tengo miedo.
Está atardeciendo y sigo sintiendo lo mismo.
Dos horas más tarde:
Hace unos minutos llamaron por última vez, estoy en la cama, escribiendo bajo las sábanas, creo que me dejaron un mensaje. No quiero escucharlo, sé lo que dice. Sí, estoy segura. No puedo hacer nada. Las escucho, están a unos pasos. Van a tocar el timbre.
noche:
Lo hicieron, las vi por la ventana, sus rostros, trastornados, exhibiendo su perversidad. No esperaron mucho.
Salté por la ventana, sólo me llevé éste cuaderno. Sé que ahora están ahí, adentro.
No voy a volver. Ya nada me pertenece.